Muertos en flor
Todo este molino
que escribo escarbando en el viento
Todo el tiempo que entierro
enfrentando un espejo de ceros
Y apenas soy uno
que escribe de rodillas en tu vientre
Hay un ángel que anida
en esta piedra,
detenida en la orilla de la vida
María Adela Bonavita
No hay albacea
que ampare estos huesos
con remiendos de humedad.
Pero sé de alguien escoltándome
en el último piso de las flores
donde la madre noche acuna los cráneos
para poderlos perpetuar
en ubérrimos golpes de polvo.
Sé de un patio a la orilla del cielo
donde emergen ángeles
en la celebración de nuestras almas.
La mortaja
es una malapalabra de los vivos.
Basta no mirar la luz
para comprender que el alba
tiene el mismo silencio que el amor acompasado
y que los compases
son la métrica de un abrazo de silencios
y que los brazos no bastan
para sostener la métrica de una mano
y que una mano es a veces una soga
donde cinco pájaros lánguidos se degüellan
o es a veces un nido que basta
para que cinco pájaros de invierno
comiencen a comprender el alba
Sé que no dormimos en la misma cama.
Las sábanas me amortajan.
Siento su tacto asesino
sobre el desgarro de mis ojos entrecerrados.
¿Qué importa si llevo toda la lluvia sobre la espalda
o si cargo los labios como un crimen?
¿Qué importa si deshabito lo que nos delata?
Hoy la noche me duele por su propio hueso.
Todos se pertenecen
cuando el agua se aguja en un pajal.
Pero nadie se encuentra a si mismo
sino ahogando a su prójimo.
En el ojal de las agujas
vibra el ojo de la tormenta
atormentando.
La muerte no sólo sabe jugar con fuego.
Nunca he sido mucho más que estos huecos
esta muerte en el intento
de ser alguien que cree en el verbo ser
o de ser alguno a partir de un verbo:
correr doler ir llorar desplumar creer palabrear
hablar con el hueso roto de la palabra
estrangular mis oraciones con su cicatriz de silencio
Siempre he muerto ante el intento de nacer
Marco el despertador a la hora en que nací
pero puede que ya esté muerto
cuando el golpe de campana resuene en el vientre.
En vez, lo pongo a la hora de la muerte para despertar
brindar con aquellos que me velan a oscuras
desombligarme para comprender mi sombra
y volcar los espejos hasta perderme
definitivamente
en el sueño.
Las palabras son rejas
El poeta
el ser huraño de los convictos
El agua es un reloj de arena
agotándose
y el hombre es un una gota
que rebasa
la paciencia de los relojes
La última lágrima
será la cicatriz del desierto
Hoy que no veo espejos
y escribo deshabitándome en una rama
dejo mi testamento:
Quiero que estas letras se derramen
a las seis de la tierra en cualquier árbol
o que sean en un cáliz el abrevadero de un mirlo
Quiero desvestirme de palabras y recados
y ser un pájaro de limosna para cualquier ramaje
No quiero más que un racimo de lluvia
para brindar a solas con todos
(esperar lo inesperado es desesperar)
Es posible que hoy llegue tarde
que un reloj se oxide
en la crepitación de un latido
Es posible que la noche amortaje los pájaros
y no pueda con el ramaje
ni con los nidos interminables de tu cuerpo
Puede que en la demora
un hueso espeje el tren de mi silencio
igual que aquella tarde
que abriste de piernas todas las flores para descarrilarme
Puede que el tiempo sea una mosca absurda
errando en los huecos
donde se agolpan los zumbidos del reloj
o es posible que sea una gotera
agotando la paciencia
en el agua de las agujas
Y en tanto yo no pase todo puede pasar:
puede quedar abierta la herida de una cerradura
puede un pestillo ser el punto de fuga
en la arquitectura del silencio
Pueden cerrarse tus párpados como un portazo
Esperar es enclavarse en el mar de las agujas
Desatarte el pubis de lo que sobra de la noche
sacarle el impudor de ceniceros y colillas
los platos sucios de penumbra
las telarañas del humo de las palabras
Desatar ambos senos
hasta convertirlos en un sólo círculo
Desombligarte
para sentirme parte de un centro
aunque ese centro sea el páramo donde empieza mi herida
Desabrazarte
sería desatar la tormenta de tus antebrazos
dejarte como un pan crucificado sobre esta noche
Tenerte
sería alejarme a tres cuerpos hasta acorazonarnos
detenerme en la distancia de dos latidos
o en la gota que rebasa a un tercero
que es la primera coda del silencio de los cuerpos
Empezarte
es una imprimación a flor de luna
ante cualquier arbitrio de las prendas
Porque antes de la ropa
desnudarte
es sacarte los nudos
I
La tarde se reparte en el negro de dos tazas
dos sillas temblando el domingo de dos amantes
dos lenguas de humo abrevando en dos círculos espumosos
Todo el crepúsculo pendiendo en la ventana de un bar
Nadie debería caminar un domingo
por el borde de una taza
ni tender un mantel
para evitar que se manche de palabras una mesa
Nadie debería sentarse en el reverso del otoño
y ordenar un café para despedirse
Nadie debería pedir un invierno para desordenarse
Pero los amantes prefieren amedrentar
temblar juntos el día final de la semana
aferrarse del asa para no caer en la noche del pocillo
El café es el último trapecio que los une
II
Los amantes desearían que el café se derramara
hasta llenar de pájaros el bar
Desearían que el badajo de la catedral
dejara de sangrar sobre la noche de sus tazas
Pero a las seis en punto de la tarde
hasta las agujas del reloj intentan divorciarse
Abrevar sobre estos golpes de campana
sería anochecer un pájaro
III
Una palabra se despluma en el mantel
otras vuelan presas en la lengua del humo
sin haber sido pronunciadas
Los amantes terminan el café
y empiezan a lloverse íntimamente
hasta desaparecer para siempre
Dos sillas resucitan en el crepúsculo del bar
Alguien ordena una copa de sangre
Citando la rosa
arpegiando la noche como un latido
el flaco alumbra las cuerdas a contraviento
desde una España breve amable postiza
ante el ojo candado de la muerte
Citando la rosa
levitando los pétalos en sol mayor
en un mayo sangrado de memoria en fa sostenido
a doble compás trepidante machísimo
con el cigarro hundido en la corteza de la noche
su boca naranja dibujando una silla huérfana en Montevideo
el humo arremetiendo en las profundidades de una estrofa
Flaco
encordando una verdad que florece mixolidicamente
empuñando el brazo de una guitarra negra que ya es una enramada de peces
Flaco sol a sol ante el oprobio
a pura bordona herida
hacia las cuervos menopáusicos de la noche
Flaco citando la rosa
for export
Niña vestida de abedules magnolias rocío caballas;
ángel de nácar, pájaro indócil,
infanta impostura de peces nocturnos,
sexo y lagrimal de murciélagos y rosas:
Marosa:
pequeña hermosura de tallos.
Osamenta de acuarelas y sepulcros,
crepúsculo de azahares y malvones,
hermana de la liebre los druidas los espantapájaros las diademas:
Marosa:
flor osada de mar, de tierra,
de viento que desviste las costras de la luna,
de insectos que escalan fálicamente la enagua de la abuela
y la lágrima que una niña ha colgado en una cuerda
para ser indiferente a la lluvia
y a los pétalos que han sufrido frente a un súbito movimiento del cielo.
Mujer de sexo omnipresente, lejano, metafísico,
contertulia de arcángeles y tatúes:
Marosa:
mórbida mariposa melancólica.
Siempre me vi como un lío de peces criminales,
como creces de un río de dolor mesiánico.
Me vi con vida y muerte en el mismo racimo,
me oí cargando a cuestas una estrofa de silencio,
me respiré ladrándome al oído antes de nacer.
Y apenas siendo,
no he tenido mejor excusa que dormir sobre mi espalda.
¿Y qué hay de esta lengua deslunada, sufrida, llena de polvo?
¿Qué hay de estos pies hambrientos
y de esta colmena de manos que se unen y ahorcan para saberse vivas?
¿Qué queda de estos brazos que penden
como calendarios crucificados en la pared del destierro?
Siempre me vi a contrapaso
deshojado en el último trago de la noche;
me vi reencarnando en el ave que fuera:
un gorrión de voz corrupta.
Siempre me vi como nunca:
nunca me he podido ver.
Adrede el bordó arde en el borde
y adentro del vidrio
drena alrededor de de un diente
adentra ardil por el adrenal
Después
el verde drama de dormir drogado
derivado adonde dragan dudas drásticas
y dados dardados como dedos roídos
Amedrentarse
Ser drope
Dividir verde y bordó
Verdad y duda
Dejar dendritas dopadas dentadas doloridas
por donde desdobla el diente dormido
dormido dormido
Diente vidrio bordó
El borde bordó y verde
Arde el borde
Duerme y drena drena drena drena drena
Hay una mujer deletreando su nombre
en el continente más oculto de mi cuerpo.
Un desdibujo
homónimo a la sangre de los labios
que se embisten como mariposas hambrientas.
Hay una mujer cabalgando sobre mi latido,
informe,
con el sudor de la primavera
sobre lo que podría rezarse en sus hombros.
Hay una mujer embarazándose por el agujero de la lluvia,
levitando sus letras sobre mi hombría cobarde.
Hay una mujer que me curva un cigarro fracturado en la boca.
Hay un dolor tan desconocido como su nombre.
Hay una mujer desmigándome la noche.
Son tan amenazantes las palabras
Si pudiera…
La lluvia entra con las alas heridas
y versa tu nombre en gotas:
Rocío,
son tan amenazantes las palabras.
Si pudiera
dejaría acostada mi impaciencia en algún filo,
dejaría dormir este drenaje en vos,
mucho más que los versos, Rocío.
Las palabras son tan amenazantes.
Y cuando atan a los peces…
Cuando derrumban los balcones para evitar a los pájaros...
Cuando crucifican la primavera en una pared del invierno
y recortan mariposas
y almacenan las flores en baúles de hielo…
Rocío,
cuando el rocío se parece a tu nombre…
Son tan amenazantes las palabras.
Algo te encorva frontalmente hacia mí
desde el más alto campanario de la entraña.
No sé qué rosa va apagándose en tu ombligo y me llama.
Como un arpegio, todo el adiós se llena de peces
hasta formar un tercer nombre entre los dos.
Pero estás lejos y el humo de tu vientre
desordena mi habitación de polvo y grillos.
para decir tu nombre doblarse como lágrimas
las banderas de frío que tocaron a cielo
Lucy Parrilla
Como un insecto que humedece bajo una parra,
anduve en sombra toda la noche.
Tu recuerdo fue la uva siniestra
que rodó hasta el pretil de mi conciencia.
Derrumbó sobre mi lengua
como un suicidio:
nombrarte.
Es catorce y me duele tu espalda
y tus ríos y tu humanidad,
y no he sabido pactar con la luna
que sigue sangrando sus pájaros oscuros sobre mis labios.
Es catorce y lluevo de nuevo
y sufro antiguamente.
Sufro nuestra mañana desprendida de una fruta de viento.
Sufro lo inacabado de cielo bajo tu latido.
Te sufro y es catorce
y tu vestidura es una cicatriz llena de insectos,
un perro golpeado desde la raíz,
un álamo de cemento fracturado en el rocío.
Sé que debería abandonarme en alguna playa
o desplayarme en el abandono
o proponer un teatro que secuestre tu cuerpo
o un cuerpo que secuestre nuestro teatro.
Pero es catorce y lluevo
y la noche apenas me soporta como una percha de humo
y mis letanías son dedos sedientos agónicos y cobardes
y mi solapa esta hinchada de tiempo, de peajes y de muerte.
Es catorce y te extraño con tres letras.
Hace tres años que el peso animal de tu muerte
me traspasa.
Tresaños de romperme el hueso con tu nombre,
de caer con todo el alfabeto quebrado
a la miseria de un papel.
Ya no hay rastros
del idiota feliz que peinaba su calavera
con labios y flores,
y con gesto de pájaro
te volvía al túnel virginal de las amapolas.
No hay rastros sino una cruz obsesa, abusiva
que se enclava occipital y huérfana
en mis lágrimas.
Sólo queda esto y nada;
partirse de lleno contra el vacío.
Tenemos que tenernos
ante el contorno miserable de la noche
en esta pálida fracción de luna que desangra en el vidrio.
Los cuervos seguirán fecundando sombras obscenas
sobre la cicuta que trepa fálicamente hacia el ocaso.
Los tálamos seguirán siendo largos ataúdes que privan el sueño.
Tenemos que tenernos
más acá de la muerte.
Virgen estoica,
se te encima un asalto de cigalas.
Porque no hay paz en la cirugía de la soledad
y en la venas de luto hay verbena.
Porque los peces son baguales atados a la espuma
y tus ojos dos navíos menguantes en la madrugada.
Habrá un ataque cuando los huesos marquen la menopausia de la luna.
Todo habrá de ser en el mismo tiempo
ya que tu ausencia ha sangrado sobre el cuerpo de todos los árboles.
Así que otra vez te vestirás de versos tachados,
levantarás tu escudo mojado de noches
y las larguísimas pestañas recién afiladas.
Y luego, todo será incierto:
un latido de Dios embalsamado,
una romería de imperfectos silencios a caballo,
la tormenta aprisionada en una mejilla,
los alacranes comiendo del tajo de mis lágrimas.
Y entre las telas de tu mueblería,
una puerta entreabierta con tu rostro cerrado
a punto de morir o salir a la calle.
Virgen estoica, voy a buscarte
Alguna vez fui melando hacia tu vientre
con la pestaña hundida de pájaros. Ahora,
tus pómulos heridos entran al hospital en el que escribo.
Veo tu sombra despatarrada
lastimando la mesa ratona
que ya es otro bicho rendido.
Y no hay nadie que venga con los senos a espantar;
nadie que le pueda regar el celo hasta ahogarla.
Esta sombra y su sombra y así sucesivamente...
Todo vuelve a trashumar
hasta enterrarse en hombros de pétalos húmedos
como el ritual perverso de los peces que no quieren volar.
He dejado que el tiempo corra como una liebre enferma,
y cada noche, sin embargo, me embargo en esta sombra
de días que siempre debí saldar en tus ojos.
¿Pero quién de los dos dejó
a esta señal de muerte despiernada en el sillón?
¿Quién le ofreció estas letras, este tratado,
de nunca haber tratado
de olvidar?
Rocío, hoy sólo te siento absolutamente.
No desde el abusivo pájaro que muerde
ni de la impostura invernal de la ausencia.
Hoy sólo te siento
con el dolor de quien apuesta el esqueleto
ante el fracaso de unas pupilas rendidas.
Te siento como el fruto incompleto que soy
y como el verso que nunca ha sangrado mi cuerpo.
He dejado caer tus pestañas como insectos suicidas
en un fragmento muerto de la noche
y he podido comprender los dibujos
que logró la distancia animal de tus labios.
Y sin embargo,
sigo escarbándote los huesos para encontrarte
como una puesta de luna.
Dos
No hay hombre sin dos
Hambre ajena en el hombre
doblemente solo
Hembra del hombre
sangre hacia dos
De dos en Dios
hasta la primera:
el alma
Casi me di el sexo de llover sobre tu lado
y que nuestras bocas apoyen sus inviernos
Casi superé la tormenta de oírte desnuda
desangré el pasado de morirte mañana
y que nuestros cielos se juntaran en el mismo río
Casi comprendí las sombras que acostabas en la nieve
a tu pecho dejando la luna en carne verde
hueso a luz
en sangre estrellada
Casi me lastimé tu huella en la clara
Pero te hueso
Santa sangre
me duele la luna
¿Cuál fue la mañana ciega
que cayó sobre tu vientre?
Cuna sangre
hay un nido sudando noches
del otro lado del amor
¿Dónde escondiste los pájaros?
Sangre sangre
dejaron el cielo abierto
para que nadie entrase
a lavar el odio de la barba
¿Quién me ayuda a llevar las venas?
Madre sangre
estoy harto de ver muertos ladrar
y que las moscas nos oigan llorando
Las flores nos van a abandonar ayer
Madre padre
desangrame
a esa fruta negra
le dicen corazón
Llega un momento en que la lluvia es un rebaño de astillas
las columnas sauces apagados para un transeúnte
un subte destruyendo las etapas del cielo
el hielo asaltando en los rincones donde duerme el otoño
el sueño desvirtuándose en la mañana del pájaro
Llega un momento que la voz hunde las pestañas
y las palabras son inciertos silencios fugitivos
(un agujero sobre un agujero de gaviotas atribuladas)
Llega un momento que no llega
un momento de telaraña donde fracasan los peces
un entreverso de grises donde se mutila al alba
Y el momento ya no es
Apenas una fruta cae sin tiempo
una flor abre paso a una herida
un bisonte comparece en la oscuridad
Sobre la sangre derramada en Viznar un 19 de agosto de 1936,
Montevideo 2004
Cocodrilos
dejo mi alma sobre la mesa
Ahórquense la sombra
Yo no vengo por sus huesos
Yo vengo por los alacranes
que exigen alejar las tripas de los ciervos
y no tratar de besar a los gusanos para sentir el cielo en las rodillas
Mi alma está sobre la mesa
Pueden encubarme sus huecos en la boca
hasta que la rabia sea sangre
hasta que la sangre sea un pájaro mudo
Yo no vengo por sus huesos
Vengo por los cisnes
que ven su alma haciendo espalda hasta la orilla
enterrándose en la nieve
convirtiéndose en semilla de la sombra de un pez
Y sé que hay un millón de hormigas y mamuts
cosechando su corazón en ataúdes
Por eso grito la soledad de una gaviota en el pulmón
Por eso compito con la velocidad de mis venas
y lo puedo ver también
al coral que se encorva ante la piedra
a la boca pastando olorosamente su cerebro
y a tantos nidos
tantas hijas de muertos en flor
tantos intangibles intanteados
hambrientos
herrumbrándose en las palmas de Cristo
Pero yo no creo en el gemido industrial
ni en su silencio ejecutivo
ni en las velas de petróleo que congelan los cuartos de los hospitales
No creo en la rosa que ovula por internet
ni en los ascensores que desembocan en los ríos
donde las vacas clonadas esconden las nueces
mientras las ardillas se apoderan de los campos
Me cielo
Todavía hay una trenza de vientres que me habla
un conjunto de bueyes que me vuela en el oído
un corazón de un corazón que levita las cuatro monjas de su trébol
Por eso cocodrilos
antes de tiznarse
metálicamente
los prados
una furia de palomas detonará sobre las oficinas
-con árbol de mundial galope-
y abrirá el palacio de las calaveras
hasta amortajar los últimos portafolios
y el apócrifo pupitre
ubérrimo
de las lenguas negras
Agarren el alma
y ahórquense la sombra un segundo
Harpen la noche con la falange
hasta sangrar un anillo de cipreses
Olvídense de los huesos!
Mañana serán fruta perra de los perros
Pasado, un suburbio de parásitos
y después un crimen de nostalgia moderna
un halo de sudor abandonado
Cocodrilos
No es la distancia entre sus colmillos
lo que une los tambores de los insectos
y endurece las antenas de los pobres
No son sus garras gravísimas
las cicatrices de la luna
los cuchillos que no duermen en los filos del viento
las espuelas que taladran la misión de los caballos
los salmos desalmados
el amigo que invita a morfar mariposas en el placard!
No
No son su garras garquísimas
Es el hambre de fe en la sopa
el ojo mugriento de la muerte
el ojo mugriento de la muerte!
Yo no vengo por sus huesos
vengo por los alacranes
Ahórquense la sombra un segundo
Un desierto de más acá
me hace salir de mi alba
Alguien abre el pasado
para respirar su sien
pero el ombligo va alejando los años del corazón
Cada uno recoge su día del esqueleto que fue
Algunos llueven para salir
otros arañan para acostarse en su vientre
Quieren robarme su nombre
para enterrarse en mi jardín olvidado
Me parto
Lamento que seas el alma
que da de comer a los pájaros
que lleves atada una nuez
de donde árbol la vida
Lamento que tu huevo sea la pata
que se fruta con su propio peso
(el del universo apoyado en el ombligo de tu flor)
Lamento no poder oír tus uñas
sobre el labio de la madrugada,
sobre el cadáver que acaricia la luna
Lamento tu cuerpo hasta la espina
como una guitarra en su crimen adulto
La calle está desnuda
No queda una manzana en toda la cicatriz
Por la radio rabia tu sombra
como un espejo
Cuánto gris hay en el labio del recuerdo
gris en el engaño
gris entre los ríos de la vigilia
y entre los pastos que congelan el sueño
Cuánto gris sabiendo subir hasta el sótano
en cada verso
en cada cadáver
Claustro gris en mis desvelos
psicogris el alma a estas horas de los huesos
Gris el grito de los árboles
Gris esperándome en la cama
Gris la paloma que me muerde el perfil
Y tengo que oírte los ojos plateados
Este cine
Mis ojos empedrados
I´ m falling
dementemente
Soy yo la piedra
el suicidio es un placer ajeno
I´m falling
sin brazos sobre mis brazos
Cine de sangre en el sudor
La noche muerde el cuerpo
y ora el ocaso fracaso psíquico
El miedo es el film
Yo soy el balcón
el asfalto
los ojos emplumados
No es el cigarro el que molesta
son tus penas colgadas del humo
No quiero que sepas cuántos ceniceros he quebrado
con un vaso de alcohol
Nunca entendí por qué mirabas las cenizas
en el reflejo de mi vaso
Me estoy acostumbrando a confundir tus ojos con el hielo
Tenemos que olvidar
cuando te sangré el cigarro sobre el ron
y vomitaste los hielos
cuando me golpeaste en el humo
y te mordí los ojos
hasta desnudarte
Me llevo lo que falta:
tu corazón desnudándose ante mi cuerpo
el cuerpo sobrando el verbo
que debió volver
Me llevo estas lágrimas que sangrarían árboles
un amor nocturno por cada mañana
una cama de lenguas
por cada destierro
Dejo que la noche asesine las palabras
que navaje los arpegios que me muerden tus ojos
hasta la naranja
Me llevo lo que falta
La luna tiende sus huesos
debajo de mi sombra